LIBÉLULA NEGRA

LIBÉLULA NEGRA

LIBÉLULA NEGRA

La pólvora se le coló por la nariz.

—¡Malditos enanos! Sus trabucos arrojan más muerte que mi madre en su aniversario, pero que me ensarten si además no pretenden matarnos a nosotros.
—No seas quejica Binca, si te encanta acribillar salvajes armados con palos.
—Por eso mismo, me gasto una pasta en tener el derecho a manejar estas cosas, lo mínimo sería no tener preocupaciones.

Binca ansiaba más tranquilidad, a pesar de estar en la posición más privilegiada de la batalla. Se encontraban en una colina a más de cien metros de los aborígenes que cargaban hacia ellos y por si fuera poco, tenían alabarderos protegiendo su posición de los indígenas.

—¡Mira! ¡Mira!— Exclamó sin acordarse de lo incómodo que estaba—. Le he arrancado la pierna de cuajo y sigue avanzando a saltitos. Por fin se ha caído jaja ahora parece una lombriz en salmuera.

El salvaje dejó de moverse y junto con él todos sus compañeros. Se acumularon a su alrededor y bajaron las armas, poco a poco dejaron de recibir perdigonazos.

Un buitre se acercó atraído por el olor a sudor y carne quemada. Los gritos cesaron y los gemidos de los moribundos lo llenaron todo. La muerte imponía su manto de quietud, interrumpida por las convulsiones que anunciaban su llegada.

Binca cayó al suelo. Su cuerpo se transformó en humo; al otro lado, el cadáver del salvaje cojo pasó por el mismo proceso. Ambas brumas volaron, la una hacia la otra, contornos oscuros sobre el cielo azul, la silueta de una libélula. Una conexión atávica y mortal que el bando más civilizado no llegó a entender.

—¿Qué pasó entonces papá?
—Que lo conseguimos. Ese fue el último sacrificio realizado en honor a Dorunguachan. Las nubes se abrieron hacia un lugar imposible, Él apareció en persona; sus alas irisadas cubrieron el cielo al completo y acabó con los salvajes de hierro y después con los enanos. Han pasado quinientos años y los árboles han reconquistado sus tierras.

—¿Entonces estamos seguros para siempre?
—¿Quién sabe hijo mío? Pero no debemos pensar en eso. Venga a dormir.

Le llevó a su choza. De camino no pudo evitar fijarse en el brazo de su hijo, tenía una marca de nacimiento en el hombro, una libélula negra.

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